Hace pocos días tuve una experiencia que me dio qué pensar.

Era media mañana de un día laborable y viajaba en un ferrocarril que conecta diversos núcleos urbanos muy poblados. Mi vagón iba prácticamente lleno. En una de las estaciones subieron un par de músicos callejeros, uno con una guitarra y el otro con un saxo. Dicharacheros, dieron los buenos días y se presentaron. Apenas una persona levantó la mirada de su móvil. Empezaron a tocar una canción popular y pegadiza. Ni una sonrisa entre los escuchantes. Presentan y tocan otro tema. Nadie se inmuta. Un par de comentarios con gracia, saludan y bajan en la próxima estación. De nuevo, el silencio. Los viajeros siguen inmersos en su aislamiento voluntario, como si nada hubiera acontecido.


No estoy hablando de una experiencia excepcional… es lo que subyace lo que la convierte en relevante para mí. Me llama la atención la falta de curiosidad, esa chispa que es capaz de hacer único cada momento.

Realizar un trayecto en tren puede resultar una vivencia bastante “íntima”. Según en qué horarios, un buen número de personas compartiendo pocos metros cuadrados. Aún así, por lo general, no sentimos ningún interés hacia ellas. Entran y salen sin apenas percatarnos.

Nos aislamos voluntariamente privándonos de experimentar vivencias que puedan surgir espontáneamente, conversaciones improvisadas o intercambios casuales.

Paradójicamente, somos capaces de recorrer largas distancias y pagar sumas relevantes para poder tener (más bien diría coleccionar) y, sobre todo, contar “experiencias singulares”. Eso sí, el requisito indispensable suele ser haber planificado la experiencia.

¿Por qué nos negamos el placer de saborear lo extraordinario dentro de la cotidianidad?

Hay una palabra preciosa (dicen que es uno de los diez vocablos más lindos en castellano) cuyo trasfondo suele acontecer en situaciones ordinarias: SERENDIPIA.

Este término hace referencia a un descubrimiento o hallazgo inesperado y afortunado. Diríamos que es encontrar algo bueno que no se andaba buscando.

Serendipia fue, por ejemplo, lo que dio lugar a la aparición del microondas. Percy Spencer trabajaba en Raytheon intentando mejorar el magnetrón, elemento principal en un radar. Un día, mientras realizaba los pertinentes experimentos, se dio cuenta de que se le había derretido la barrita de chocolate que guardaba en su bolsillo. Sorprendido probó con granos de maíz…viendo lo que acontecía, decidió dejar los radares. Había nacido el microondas.

La serendipia ocurre aunque quizás no tengamos conciencia de que así sea. Uno de sus elementos base es la curiosidad y, aun siendo fortuita, podemos favorecer los condicionantes para que tenga lugar. He aquí mi propuesta para experimentar la serendipia: ¡Rompe con la rutina!.

No te sugiero grandes gestas, sino tan solo un cambio de actitud. Algunas sugerencias por si te sirven de inspiración:

1. Abandona algún hábito.

Por norma general, cuando asistimos a determinadas reuniones o eventos (profesionales, lectivos, con amigos…) solemos sentarnos en el mismo lugar. La próxima vez busca un asiento distinto, colócate entre personas menos asiduas y date la oportunidad de experimentar qué conversaciones nuevas surgen, qué percepciones por cambio en el espacio acontecen, qué de distinto emerge.

2. Apúntate a charlas y conferencias que no tengan nada que ver con lo que vienes haciendo.

Cuanto más lejos esté de tu estándar mucho mejor. Es una oportunidad ideal para conocer a personas ajenas a nuestro círculo habitual, y de acercarnos a ideas y puntos de vista que no están vinculados a nuestro día a día. Traslada esta nueva mirada a tu rutina y observa qué cambia.

3. Haz alguna cosa que realmente te suponga un reto.

Piérdete un día entero en la montaña; di que sí a aquella cena con amigos que siempre rehúsas; acepta ese nuevo puesto que te han ofrecido. Salir de la zona de confort y observar qué ocurre en este nuevo entorno es tierra fértil para la serendipia.

Como otras muchas habilidades, la curiosidad se me antoja una capacidad que podemos entrenar. Es una forma de evolucionar y de ampliar enormemente los límites invisibles que nos atrapan.

Como solía decir Albert Einstein: “No tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso».


Alike es un cortometraje animado de tan solo 8 minutos del que podemos extraer numerosas lecturas. ¿Qué ocurre cuando cortamos las alas a la curiosidad? ¿Y cuando la rutina se ha apoderado de nuestra vida?